jueves, 12 de septiembre de 2013

José Casas


Nació en Jáchal, San Juan, en 1951. Poeta, escritor y sociólogo. Docente e investigador de la Universidad Nacional de San Juan. Ha publicado numerosos libros de investigadores sociológicas, históricas, antropológicas. En poesía ha publicado: Caballos y jinetes galopan hasta el mar; Visión del camino de San Sebastián y de la caída en la tierra; El libro de los mitos; El libro de tus nombres azules; Pero qué me decís, país y El libro de los pueblos y hogueras.


* * *

La balada de Maiacovsky

Por ese nombre por el que no lo llamarán.
Por esta voz por la que no lo convocarán.

En la noche en que muere,
en el paraje en que se mata:
el alba más próxima
a la que ya nunca llega:
él y su muerte, su invitada;
la muerte y él, su invitado.


La bala de Maiacovsky

Vladimir que va  a buscar la  bala.
La bala va a buscar a Maiacovsky.
Se encuentran en  un callejón de la Lubianka.
Se encuentran en el cerrojo de un arma.
Hola muerte, le dice Vladimir
en la soledad de la calle,
en la soledad de las golondrinas,
de esos pájaros ahogados de humo,
de toda la poesía acribillada de su alma.



Federico García Lorca recién fusilado corre espantado por las calles porque no comprende su muerte

¿Qué guarda la noche,
qué es esa grieta en la oscuridad,
esa colisión como de toros en lidia,
como de toros en cornúpeta,
cómo estampida, tumulto de caballos?
¿Porqué el catafalco de la luna
atraviesa las habitaciones
y entra por puertas y ventanas
un frío como un silbido del alma,
como un relámpago súbito de mirlos azules?
Es el fusilado, el desgarrado de España,
Es Federico García Lorca.

 Tal vez la vida, tal vez  la muerte.
Galopa un caballo oscuro la sombra del viento.
Cae al camino la muerte, busca los umbrales de tu casa;
destruye la sombra de las habitaciones
que la luz ha construido.

 Qué oscuro si cierras los ojos.
Qué muerte sino respiras.
Corres espantado Federico.
Vas despavorido, desdoblado en cruz,
como si tu cuerpo y tu alma
fuesen distintos: vas boqueando
herido por la boca de tu herida,
vas todo dolor, todo sombra.
Te quema la luna, te quema el silencio.
Corre tu sangre por calles y plazas.
Corre tu sangre por montes y llanos.
Galopa un caballo astillado los caminos.
Golpeas las puertas, llamas a los hombres
para preguntarles porque ese dolor te quema,
porque va tu sangre recién brotada,
para pedirles amparo, para lavar tus heridas.
Es que te han dado muerte y no comprendes.
No lo comprendes.
Pero tu herida ya no tiene socorro.
Ya la sombra te toma el brazo, ya te habita el cuerpo.
Ya la muerte te cava el pecho.
Ya la muerte te cava los ojos, Federico.
El sol aúlla por no morir.
El caballo en llamas arrojado al abismo.
Tu ser arrojado a esa visión de  la muerte.
Va tu corazón incendiado por  las calles
con una rosa biselada de fuego,
con una rosa creada de fuego;
el rostro de la poesía,
un niño de ojos tristes que nos llama;
la herida de tu poesía ardiendo en su llama terrible.


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